Probablemente fuera la formación religiosa que recibió en su infancia la que forjó en él la ocurrencia de que, iniciando una larga andadura, un lento peregrinaje, hallaría alguna respuesta a las dudas que en los últimos años le habían corroído por dentro. Le poseía la romántica ilusión de que realizar el esfuerzo de caminar sin compañía, en soledad, durante casi un mes, iluminaría hasta los más profundos recovecos de su mente y le proporcionaría las fuerzas que precisaba para contener el sufrimiento que comenzaba a hacer mella en su espíritu. Esta idea le había persuadido de tal manera, que no le importaba arrostrar las inclemencias del tiempo ni el cansancio o el dolor de las llagas que se pudieran producir. Inició el Camino de Santiago en Roncesvalles con esperanza. Cada día se despertaba al amanecer y, tras refrescarse la cara con agua fría, preparaba su mochila y emprendía la marcha con los primeros rayos del sol. A veces, tras haber recorrido un largo trecho, se sen...