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Camino de la escuela

      Camino de la escuela Me despierto con ganas de orinar, me levanto para ir al baño; mientras vacío la vejiga pienso en que ya hace mucho tiempo que no soy capaz de permanecer más de cinco horas seguidas en la cama. Miro el reloj, todavía es temprano. Me dirijo a la cocina, dejo que el agua se caliente en el microondas, luego le añadiré una cucharadita de té negro; entretanto abro la ventana y miro al exterior: todavía está oscuro, no llueve, no hace frio, aunque estamos en invierno se podría decir que es un día casi primaveral. En fin, cosas del cambio climático… según dicen. Escucho las noticias en la radio y dejo que pase el tiempo antes de ir a la casa de mi hija; tengo que recoger a mi nieto para acompañarle a la escuela. El pequeño ya está preparado cuando llego, pero se resiste a salir, prefiere quedarse en su cuarto con los juguetes. Finalmente, logro convencerle.   Vamos cogidos de la mano hacia el bus urbano que nos acercará al centro escolar. Me gustaría ir c
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El tren

  EL TREN Una mole inmensa de hierro y humo se aproximaba chirriando sobre los raíles. Asustado, agarré la pierna de mi madre. Ella me cogió de la mano con fuerza y me pidió que no me moviera hasta que se detuviera el tren. Me tomó en brazos y subimos al interior del vagón. Me colocó sobre un asiento de madera al lado de la ventanilla, desde allí se podía ver la grisura del pueblo. De una de las puertas de la estación salió un señor con un gorro rojo que portaba un banderín también rojo, movió el brazo y tocó un silbato. En ese momento sonó un fuerte pitido y el ferrocarril se puso en marcha. Enfrente de nosotros había otra mujer y un señor que llevaba un vestido de color negro que le llegaba hasta el suelo, más tarde supe que se trataba de un cura. Mi madre era muy parlanchina y las dos mujeres empezaron a charlar entre ellas. De lo que habló mi madre solo recuerdo dos cosas: la primera es que nos dirigíamos a Placerca, el pueblo donde yo nací; la segunda que mi madre le contaba

Vidas desgraciadas

  Vidas desgraciadas Eloy salió de casa antes del amanecer, entró en el bar de la esquina y pidió un carajillo. Mientras se lo preparaban, recordó el momento en el que le hicieron entrega de un reloj: “La empresa le agradece los servicios que ha prestado durante estos años...” Aquel día había llevado una botella de crianza, algunas cervezas y jamón serrano del bueno para celebrarlo con sus compañeros de taller durante el periodo de descanso. Aprovecharon ese tiempo para comentar las incidencias del partido de fútbol del día anterior mientras echaban un trago y picaban alguna tapa; luego, todos soltaron algunas carcajadas cuando “el chispas” contó un chiste. Tras la pausa, se volvieron al tajo no sin antes desearle una feliz jubilación. Sin embargo, al sonar la sirena que indicaba el fin de la jornada, se sintió extraño, le parecía que se había convertido en un ser anodino, prescindible… Aquí tiene, caballero. Las palabras del barman le apartaron de sus cavilaciones. Cuando la t

1 y 2 de noviembre

  1 y 2 de noviembre Recibí el influjo de la Iglesia Católica en la infancia; la idea del pecado y del remordimiento, la creencia en lugares como el purgatorio o el infierno configuraron mi carácter, aunque todavía no supiera distinguir el bien del mal. Fue una labor realizada a conciencia, cocinada a fuego lento, capaz de influir en el devenir de mi vida a pesar de las mudas que pudieran acontecer en mis convicciones. El sentimiento religioso que se generó propició que algunas fechas del calendario cobraran una gran importancia para mí. A día de hoy, solo el día de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos -1 y 2 de noviembre- han conservado un lugar destacado en mi corazón. Hace más de una década que falleció mi ama tras padecer, durante diez años, una demencia que fue borrando su memoria. Cuando ella murió quise olvidar los estragos causados por su dolencia, intentaba protegerme del dolor manteniendo los buenos recuerdos que tenía de ella. Sin embargo, la memori