Del pueblo partía una estrecha y empinada senda que llegaba hasta un pequeño promontorio, próximo a la Peña de San Esteban, donde se ubicaba un viejo pajar de dos plantas de pequeñas dimensiones. Desde allí se divisaban las espectaculares Peñas de Tobía, a cuyo amparo se cobija el pueblo del que reciben su nombre, Tobía . El suelo del pajar era de tierra y en otra época se había usado como corral. Todavía conservaba un enorme portón por donde se podía adivinar que entraban las ovejas. En el alto se almacenaba la paja y tenía un acceso independiente que colindaba con una era. Unos tablones de madera separaban ambas estancias. El estado del pajar era ruinoso y algunas zonas amenazaban con derrumbarse en cualquier momento. El lugar reunía las condiciones ideales para cualquier urbanita que, como yo, desease escapar del desasosiego y de la tensión que se sufre en la ciudad. Paseando por la era se podía fantasear con algunas de las labores del campo. Tras la cosecha, los campesin...