INVIERNO Abro la ventana y una corriente de aire frío y húmedo cala mis huesos; afuera, un cielo panza de burra amenaza nieve. No se ve ni un alma en las calles, se diría que el lugar está deshabitado si no fuera por las tenues hileras de humo que salen de las chimeneas de algunas casas; incluso ese vaho que emana de los tejados le proporciona al pueblo un aire fantasmal. El gañido de un perro rompe el extraño silencio que se ha apoderado de la aldea y, mientras trato de averiguar qué o quién lo ha provocado, observo el pico amarillo de un mirlo que se asoma –quien sabe si alertado por el quejido del animal- por uno de los huecos del muro de la iglesia. Algo más lejos, cerca de la arboleda que está junto al riachuelo, veo a Juan, el pastor, que amaga con darle una patada a su perro y huye corriendo con el rabo entre las patas. Al salir de casa, doblo las solapas y alzo el cuello de la zamarra, luego me cubro con una gorra para protegerme de este aire tan gélido. Un...