LA HERMANA Eduardo salió de la ciudad cuando el mes de noviembre tocaba a su fin. Era su intención pasar unos días en su pequeño refugio riojano de Tobía. Nada más llegar al pueblo, recogió algunos maderos de la leñera y encendió la estufa. Después de realizar algunas pequeñas labores domésticas en la casa, se apoltronó en el sillón de la sala al calor del fuego y se entretuvo leyendo el libro “Mortal y Rosa” , de Paco Umbral. Su lectura, le pareció dolorosa, profunda, sublime. Las horas pasaron tan rápido que, para cuando levantó la vista, afuera estaba anocheciendo y, como correspondía a un tiempo otoñal, llovía y hacía frío. Dejó su asiento y se acercó al ventanal. Pasó la palma de la mano por el cristal empañado por el vaho y pudo atisbar cómo se desprendían las últimas hojas amarillentas de los chopos. Luego, volvió la vista hacia el interior del pueblo y, mientras contemplaba abstraído las casas vecinas débilmente iluminadas por la luz mortecina de unas farol...